Fuentes de la historia del Arte. El futurismo italiano: el odio al primitivismo. La figura de John Ruskin y William Morris
“¡Estamos sobre el promontorio extremo de los siglos! ¿A qué mirar detrás de nosotros, que es como
ahondar en la misteriosa alforja de lo imposible? El Tiempo y el Espacio han muerto. Vivimos ya en el Absoluto, puesto que hemos creado la celeridad omnipresente”.
Los futuristas, en su concepción negativa del pasado como aquello que retrasa el progreso natural del hombre, repudiaron todo aquello que les pareciera antiguo y “pasado de moda”. Florencia, Roma y Venecia, mencionadas por los futuristas como “las tres llagas purulentas de nuestra península”, vinieron a
ser las ciudades que más atacaron con su dialéctica. Por el contrario, la zona de la Lombardía, la Liguria y el Piamonte (Milán, Génova y Turín), que habían experimentado un gran desarrollo comercial e industrial, fueron alabadas en el Manifiesto futurista a los venecianos, como se indica a continuación:
“¡Esa es, sin embargo, la nueva Italia renaciente, la que amamos nosotros! ¡Ese es nuestro orgullo de italianos! Tenemos grandes ciudades que arden día y noche, desplegando su vasto aliento de fuego sobre la llanura”.
El ataque hacia los venecianos, en cambio, rebela por una parte una dura crítica a los valores antiguos que seguían reinando en la ciudad del Véneto y, por otro lado, una esperanza por despertarla de su “sueño
antiguo” y poder hacer así una nueva ciudad que ofreciese otras alternativas. He aquí lo que consideraron:
“Repudiamos a la antigua Venecia extenuada por morbosas voluptuosidades seculares, aunque durante tanto tiempo la hemos amado en la alucinación de una gran quimera nostálgica. Repudiamos a la Venecia de los extranjeros, mercado de anticuarios y mercachifles fraudulentos, polo imantado del esnobismo y la imbecilidad universales, lecho profanado por innúmeras caravanas de amantes, precioso baño de pecadoras cosmopolitas.
Queremos curar y cicatrizar a esta ciudad medio podrida, magnificente llaga del pasado.
Queremos reanimar y ennoblecer al pueblo veneciano, decaído de su pristina grandeza, morfinizado por una debilidad odiosa y envilecida por el tráfico de sus ambiguas tiendas. Queremos preparar el
nacimiento de una Venecia industrial y militar que pueda engallarse y afrontar en el Mar Adriático a nuestra eterna enemiga Austria.
Apresurémonos a llenar los canalillos fétidos con los escombros de los viejos palacios leprosos y crujientes.
Quememos las góndolas, esos ridículos columpios de cretinos, y alcemos hasta el cielo la imponente
geometría de los grandes puentes metálicos y de las fábricas empenachadas de humo, para abolir en
todas partes la curva desmayada de las arquitecturas viejas.
¡Venga por fin el reinado resplandeciente de la Divina Electricidad, que ha de redimir a Venecia de su
venal claro de luna de hotel de viajeros!”22.
Como podemos comprobar, lo que los futuristas detestaban de esta ciudad era esa “Venecia atestada de
extranjeros”, pues según ellos debía prepararse, así como las demás ciudades, para la guerra. Este
sentimiento futurista va a contrastar sin duda, y de una manera notable, con el pensamiento de John
Ruskin. Tanto éste último como William Morris, del cual hablaré más adelante, son amantes y defensores
acérrimos del arte medieval, además, al contrario que los futuristas, ven en el progreso de la Modernidad,vías negativas por las que el trabajador será aquél que más sufrirá las consecuencias de esta
modernización.
Los propios futuristas, hablarán en contra de Ruskin reprochándole lo siguiente:
“¿Cuándo os libraréis de la ideología linfática de ese deplorable Ruskin, al que yo querría ridiculizar
a vuestros ojos de una manera concluyente?
Con su ensueño enfermizo de vida agreste y primitiva; con su nostalgia de quesos homéricos y de
ruecas legendarias; con su odio a la máquina, al vapor y a la electricidad, este maníaco de sencillez
antigua hace pensar en un hombre que, después de haber agotado su plena madurez corporal, quisiese
dormir aún en su cuna y mamar la teta de su nodriza, ya decrépita, para recobrar su inocencia infantil.
Ruskin hubiera, ciertamente, aplaudido a esos reaccionarios venecianos que quisieron reconstruir
este absurdo campanile di San Marco…
La influencia de Ruskin desarrolló singularmente en vosotros el culto obsedente de nuestro pasado y
falseó por completo vuestro juicio sobre la Italia contemporánea”23.
Lo que los futuristas intentaron con esta proclama, fue inducir a los italianos a que dejasen de creer en
una Italia ficticia que Ruskin había alimentado con sus palabras, una Italia absorbida por el pasado y que
no la dejaba avanzar. Por lo tanto, el verdadero culpable es el sentimiento romántico.Queriendo establecer también una relación entre William Morris y su patria natal, Inglaterra, he querido
contraponer los pensamientos del fundador del Arts and Crafts con el Discurso futurista a los ingleses,
pronunciado en el Lyceum Club de Londres por los futuristas:
“Sois, en cierto modo, victimas de vuestro tradicionalismo, que se inclina hacia la Edad Media, en el
que persiste un olor de viejos archivos y un choque de cadenas que entorpece vuestra marcha adelante,
desenvuelta y precisa.
Convendréis en que esto es muy extraño en un pueblo de exploradores y colonizadores cuyos enormes
trasatlánticos han hecho indudablemente más pequeño el mundo.
Ante todo, he de reprocharos el culto fanático que tenéis por la aristocracia. Nadie se declara burgués
en Inglaterra: cada cual desprecia a su vecino tachándole de burgués. Tenéis la manía obsedente delbuen tono. Por amor al buen tono se renuncia al entusiasmo apasionado, á la violencia del corazón, á
hablar alto, A los gritos y hasta A las lágrimas…
Todo esto hace singularmente artificial vuestra vida y os convierte en el pueblo más contradictorio de
la tierra. Y el caso es que, con toda vuestra madurez intelectual, tenéis el aire a veces de un pueblo en
formación”24·
Aparece aquí una crítica dual: admiran los conocimientos intelectuales avanzados de los ingleses, pero
les reprochan que no lo usen para progresar y además, critican fervientemente lo que hemos venido
diciendo: estar anclados en el pasado de una manera enfermiza e ignorante.
La figura de William Morris, en cambio, nos plantea una dualidad: por un lado, es un romántico, en la
medida en que siente nostalgia por un pasado que no va a regresar, pero, además, vive las consecuencias
que Inglaterra sufre a raíz de la Revolución Industrial. No sin criticar del todo la Modernidad (pues
pensaba que el progreso era necesario), lo que no toleraba era que los avances tecnológicos, la máquina
que los futuristas adoraban, son para William Morris un retroceso para el trabajador, pues limita su
creatividad y, por supuesto, su orden natural.
En sus escritos sobre “Arte y sociedad industrial”, reúne en una serie de conferencias su parecer sobre
la modernidad y su sentimiento hacia el pasado que, según él, es valioso e inolvidable. Gracias a estos
escritos, podemos entender que, lejos de los futuristas que querían destruir los vestigios del pasado,
Morris plantea la oposición contraria: dejemos al trabajador libre en su labor creativa y, por mucho que la
ciencia moderna progrese, es incapaz de compararse con las grandes obras antiguas:
“Toda obra de arte, aún la más humilde, es inimitable. Estoy completamente convencido de que todo
el conocimiento acumulado por la ciencia moderna, toda la energía del comercio moderno, toda la
profundidad y espiritualidad del pensamiento moderno, no pueden reproducir las obras de arte de los
campesinos ignorantes y supersticiosos de Berkshire en el siglo XIV; ni tampoco las de los oprimidos y
esqueléticos campesinos indios.
Estoy completamente seguro de ello; y esta certeza no me deprime: me alienta, porque ella nos
hace recordar que el mundo ha sido valioso durante más de un siglo y en más de un país, una verdadque tendemos a olvidar con facilidad”.
Hilla Valo [Storica dell'arte]
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